04 Apr
Acto de fe

«Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral».

Ortega y Gasset


Humano, algorítmicamente humano. En nada somos especialistas; sin embargo, lo sabemos todo. Nos creemos especiales; que tenemos más derechos que responsabilidades; que podemos meternos en todo siendo nadie. Esa temeridad, hija de la abundancia, nos ha dado el poder de botar a impopulares presidentes, golpear a congresistas, destrozar estaciones de buses, opinar ahí donde nadie pidió nuestra opinión. Gracias, internet, por empoderarnos, por abrirnos los ojos; porque podemos desahogar nuestras frustraciones y viejos rencores con solo un clic, para luego sentirnos que hicimos algo importante, porque es así cómo se hace una revolución, y porque somos, oh vanidad, humanos, algorítmicamente humanos.

El concurso intelectual había empezado mucho antes que las elecciones presidenciales. Para encender el debate, nadie nos para con Wikipedia en mano que cientos de likes volando, porque cito a Aristóteles y los demás son ignorantes por no saber que la democracia es en realidad una dictadura y que la dictadura nos libera del caos de la democracia; si no, ejerciten su única neurona y lean a «Eichmann en Jerusalén», cuya reseña leí antes que tú y no entendí, pero igual el título me sirve para revolcarte en un dos por tres.

Lo que empezó como un chiste de mal gusto hacia un candidato, terminó con tirar por la borda viejas amistades. ¡Qué cosas!, ¿no? Ya no se trata de tal o cual partido; ahora es personal. Ay de aquel que se atreva a criticar al futuro salvador o a la futura salvadora de la patria; verá cómo lo aplasta la horda de defensores de la democracia, cuyo ciberbullying puede llegar a convertirse en un verdadero plantón en la puerta de la casa del faltoso, y esta vez no habrá pandemia que nos detenga hasta lograr que el vilipendiado cometa suicidio. Te has metido con los votantes equivocados, usando el meme equivocado.

Grafómanos, botarates, parlanchines. Debajo de ese poncho se esconde un viejo fascista. La señora que se ufana de su rectitud es una suripanta por no reconocer su pasado. ¿Y en qué te basas para afirmarlo? Lo sé porque yo lo digo y porque mis aduladores me condicen y porque estoy de moda. Infórmate, desinfórmate, eso a las finales no me importa; acá lo que cuenta es rasgarse las vestiduras por cambiar el Perú; no importa hacia dónde apunta ese cambio, la cosa es cambiarlo. Ley de asociación. Oiga, respete mi sombrero, mis bordados andinos, mis ochenta títulos en el extranjero, mi pasaporte francés, mi cuy chactado, mi lenguaje extravagante, mi apellido burgués, mi juventud, mis años de experiencia, mi orientación sexual. Respeto guardan respeto, señores. ¿O no? Pero cómo puedes exigir respeto si ves ese canal de mierda. La revolución y la tierra o lo que la derecha no quiere que veas porque está bien filmada con el dinero de los contribuyentes y porque es más cool saber de historia en las salas de cine que en un salón de biblioteca. ¿Mermelada? Claro que sí; hay de todos los sabores y para todos los gustos, al igual que las encuestas. Felizmente, cuento con internet de banda ancha donde transmiten la verdadera prensa independiente y objetiva, con un lenguaje fresco y juvenil que pueda entender, porque si yo digo «el peor partido», ustedes dicen… (ya no lo voy a decir porque ese partido está primero en las encuestas, ni huevón que fuera).

Vota nomás. Lo peor que podría pasarte es que te contagies de coronavirus en una cámara secreta, pero si antes saliste a marchar, el bicho se cagará de miedo y no se atreverá a entrar a tu cuerpo. ¿Oye, por qué peleamos, ah? ¿No te das cuenta que todo esto es pura teoría? Tienes razón; la política se basa en ficción, en hipótesis; no es más que una guerra justificada en base a supuestos, en cosas que aún no existen, en predicciones sacadas de antecedentes históricos que podrían definir tal o cual desenlace electoral. Pero así son las cosas; a nosotros solo nos toca creer, creer en sus promesas, en sus proyectos, en sus planes; pretenden hacer en cinco años lo que no se hizo en doscientos años de vida republicana, pero en el fondo nadie tiene la menor certeza de qué sorpresas le deparará al futuro gobernante durante su mandato (si es que lo termina), ni cómo reaccionará el país de todas las sangres durante su gestión. Votar no se basa en la razón; es más un acto de fe; solo hay que echar una mirada en las redes sociales para captar la adoración de tal o cual líder entre sus partidarios, ese que aún no ha hecho nada por el país pero cuya estrategia de marketing lo ha elevado a categorías mesiánicas, aprovechándose de la desesperación de un pueblo desmemoriado.

Acostumbrados a tener que votar por el menos malo, la corrección política se hace presente y te exige estar de acuerdo con la mayoría, entonces el menos malo se vuelve de pronto en el último bastión de esperanza. Sin embargo, es esa esperanza la que falsamente hace creer a los partidarios del menos malo que su candidato está muy por encima de todos los presidentes en la historia del Perú, y terminan convirtiéndose en los más aguerridos guardianes dispuestos a mandar al diablo a todo aquel que ofenda a su líder.

Sí, la pandemia nos ha hecho más políticos que nunca, nos ha vuelto sensibles a todo, pero también nos ha hecho más viscerales que una fiera en cautiverio cuando tenemos el teclado a la mano. Diatribas, peroratas, difamaciones y demás fuegos encuentran el mejor lugar para arrancarnos de nuestro encierro en el mundo digital y, además, porque todo discurso político viene cargado de cierto aire pseudointelectual que antepone el ego de los hombres a los hechos (la filosofía no sirve de nada cuando se trata de números). Izquierda, derecha, izquierda, al centro y adentro. Tibio, rojo, facho, caviar, progre, libertario. Qué intelectual se me escucha cuando lo etiqueto todo. Pero ahí están los candidatos, uno peor que el otro, pero ahí están, valiéndose de todo tipo de artimañas para limpiar su imagen y manchar la de sus adversarios sin perder la sonrisa kolinos; porque para ganar las elecciones no se necesita tener un buen plan, basta con despertar los sentimientos de la gente… Pero, en fin, así son las cosas. ¿Merecemos alguien mejor? Humano, algorítmicamente humano.

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