28 Feb
BAUMAN

No hay duda; en más de medio siglo hemos dado un gran salto para elevar el nivel de vida de las personas. ¿Deberíamos sentirnos orgullosos? La respuesta es por demás ambigua. Cierto es que el avance teconológico junto con los gobiernos democráticos nos ha hecho posible obtener más cosas que antes; ahora ese facilismo ha hecho que la sociedad centre su mirada hacia el individualismo, un individualismo disfrazado de "colectivismo" al presentarse como la igualdad de oportunidades para producir y consumir. 

Sin embargo, esa aparente igualdad de oportunidades se ha convertido en una presión para las personas por elevar constantemente su nivel de vida. Esa presión ha hecho que lo que antes era estable y durarero (las relaciones laborales,  políticas, amicales y familiares) se conviertan en terreno incierto. Tanto así que nos hemos constituido en lo que Zygmunt Bauman llamó "sociedad líquida", aquella sociedad donde sobrevive aquel que tiene capacidad para sujetarse a algo y, a su vez no tiene reparos en soltarlo sin más; una sociedad donde todo tiene un corto periódo de duración, con el fin de hacer espacio para seguir consumiendo. La sociedad líquida ha llegado al punto de dictaminar cómo vivir, qué consumir, cuánto producir, hasta el punto de tocar la esfera de lo íntimo. Todos los días luchamos para estar en la “lista” de miembros de la sociedad líquida para sentirnos “libres”, bajo la promesa de vivir sin compromisos con nadie, es decir, vivir separados, pero al mismo tiempo se empeña en mantenernos “conectados”.

Quiero hacer un paralelo con la película La lista Schindler; el protagonista Oskar Schindler es un empresario que pagó una fortuna a los nazis para comprar trabajadores judíos, salvándolos así de los horrores de los campos de concentración. Su contador Itzhak Stern le presenta al empresario la lista de judíos que finalmente trabajarán en su fábrica, él le dice: “La lista es el bien supremo. Esta lista es la vida; fuera de sus márgenes hay un abismo…”. De la misma forma, estar en la lista de miembros de la sociedad líquida nos crea la falsa sensación de seguridad, de estar a salvo del abismo de sus márgenes. Estar dentro de ella significa tener la aparente libertad para participar del consumismo desenfrenado en pos de una inmerecida aceptación que en realidad no necesitamos, pero que ahora se ha vuelto en el motor que nos impulsa a levantarnos de la cama.

Estar dentro de la lista de miembros de la sociedad líquida significa ser un nombre aislado, que solo comparte el espacio y distribución dentro de la "hoja". Salir de ella nos causa terror porque perderíamos nuestra ansiada “libertad”: si no consumimos no tenemos libertad para vivir como la sociedad líquida manda. A diario escuchamos fórmulas como “no necesitas de nadie para ser feliz”, pero ¿qué pasa si descubrimos que no es tan cierto lo que dicen? Sin embargo, ahí están los celulares para distraernos de la soledad, una manera inteligente de ocultarnos los márgenes de la lista y someternos a la angustia de mostrar lo "felices" que somos en las redes sociales.

Estar dentro de la lista significa tener la constante presión por estar a la altura de las exigencias del mercado, de la moda, de los jefes, de la pareja, por citar algunos ámbitos de la vida. Es desentenderse de los valores morales o éticos. Es identificarse con alguna marca comercial, dejar que esta nos posea, nos gobierne bajo el grito de la oferta y la demanda. La competencia es tan feroz que nos hacer ver al vecino como un potencial enemigo. La solidaridad ha pasado a ser algo patético, de mal gusto, hasta ridículo.

Entonces, ¿qué significa estar fuera de la lista de la sociedad líquida? Significa escapar del consumismo, del individualismo, del narcisismo. Si estar dentro nos brinda la falsa sensación de “seguridad” y “libertad”, estar fuera significa encerrarse en la introspección, navegar en las profundidades del ser. Se convierte en el verdadero despertar, y, ante ese hecho las agencias de publicidad infunden una despiadada campaña para inducirnos a gastar más y más, con el fin de escapar de la soledad; saben que encontrarnos en ese estado nos permite abrir las puertas del pensamiento, un proceso que, como dijo Hannah Arendt, solo se logra en solitud.

Pero también estar fuera de los márgenes podría despertar oscuras nostalgias por los “viejos tiempos”, cuando todo era estable y seguro, tal como lo advierte Bauman, y se corra el peligro de reavivar viejos mitos nacionalistas en respuesta a la feroz globalización, por lo que se terminaría por erigir muros de concreto para aislarnos aún más.

Entonces, estar afuera de la "sociedad líquida", primero, nos enfrenta con el hecho de dialogar con nosotros mismos. Segundo, este ejercicio nos capacitaría para buscar el diálogo cara a cara con otras personas, algo tan valioso que se ha perdido con los tiempos que corren. El acercamiento real podría ser una válvula de escape para hacer frente al individualismo consumista: nada mejor que una conversación franca en un parque o una plaza, lejos de la publicidad de la comida chatarra para calmar angustias y ventilar demonios. Estar fuera de la lista de la sociedad líquida significa, por fin, dar un uso adecuado de las plazas y parques públicos, antaño punto de reunión donde las personas solían conectarse realmente unas con otras.



Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO