04 Feb
El efecto poslucha

El catorce de noviembre del 2020, en Lima, en plena crisis sanitaria del Covid-19, miles de jóvenes se movilizaron para derrocar al gobierno de transición de Manuel Merino, dejando como saldo dos jóvenes muertos durante los enfrentamientos. Aquel suceso puso en evidencia no solo las peligrosas divisiones políticas y sociales que subyacen en toda lucha, sino también la consecuente resaca producida por el desborde de emociones que motivaron las protestas, elevadas a categorías mesiánicas ad portas del Bicentenario.

Lo cierto es que cada fenómeno social responde a una época particular en la historia de la civilización. Una característica de esta era de superabundancia y globalización es el papel que desmepeñan las personas de todos los lugares y estratos sociales, quienes se autoproclaman agente colectivo de lucha. En efecto, en la marcha del catorce de noviembre no eran campesinos o gente de sectores olvidados quienes salieron a protestar, sino jóvenes con educación superior, con acceso a internet y otros beneficios, movidos por un especial entusiasmo para cambiar las cosas. Sin embargo, a pesar de las trágicas muertes de estos dos jóvenes, nos vemos enfrentados con la cruda realidad de que en verdad no se ha cambiado nada.

Byun-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, revela la peligrosa hiperactividad autoimpuesta entre las nuevas generaciones, quienes se obligan a sí mismos a rendir al máximo, empujados por un exceso de positivismo el cual, a las finales, termina jugándoles en contra. El resultado: un agotamiento físico y moral con nefastas consecuencias de orden psíquico. En otras palabras, el hombre del rendimiento está cansado debido la lucha constante con su alter ego (está autoexplotado) para demostrar al mundo que puede hacer de todo1. En el caso peruano, estamos viendo los primeros signos de este desgaste social luego de las marchas contra Merino.

En primer lugar, se han agotado todo tipo de recursos poéticos para preservar en el tiempo las protestas (murales, memoriales, sitios en internet, etc.). Estos actos han levantado sentimientos adversos en una parte de la población. Recordemos que el Perú venció al terrorismo en una época en que la internet aún no se había masificado. Asimismo, tampoco se ha erigido monumento alguno a la memoria de quienes lucharon contra los extremistas. De ahí que un importante sector de la población, especialmente los que vivieron esa época sangrienta, alberguen resentimientos hacia los jóvenes de la llamada generación del Bicentenario, quienes ahora buscan tener un lugar en la Historia por haber logrado algo que a su parecer es poco: sacar a un presidente que apenas llevaba seis días en el poder, apoyados por algunos medios de comunicación. En resumen, se gastó un enorme esfuerzo para derrocar a simple títere de una mafia congresal que solo ocuparía el cargo por unos meses, alguien que no poseía las agallas ni el perfil para constituirse en tirano o dictador.

En segundo lugar, como un giro del destino, a pocas semanas de instaurarse el nuevo y prometedor gobierno de Francisco Sagasti (en reemplazo del satanizado Merino), estallaron una serie de huelgas entre los trabajadores del sector agroexportación. La primera de ellas ocurrió en la provincia de Ica, teniendo como resultado la muerte de un joven trabajador de diecinueve años. Esta vez, la participación de los estudiantes y jóvenes que viven en Lima fue mínima. Una razón se debe a que el Perú es un país centralizado; sus sucesivos gobiernos han concentrado su atención en la capital, dejando de lado a las provincias. Esto ha generado enormes brechas sociales en doscientos años de vida republicana. Por otro lado, la muerte del joven iqueño pasó casi desapercibida, puesto que los medios de comunicación y otros colectivos habían agotado ya toda forma de romanticismo en la marcha anterior, tanto así que ya no era posible realizar el mismo nivel de duelo que el de las dos víctimas limeñas. 

Una cosa es segura: las marchas funcionan para derrocar, anular o abolir. Es el momento en el que todos estamos unidos por una causa común, como lo explica Slavoj Zizek:

«Gente de todos los estratos sociales se proclama un agente colectivo contra el sistema de poder […] todas las diferencias, todos los conflictos de intereses se olvidan a medida que toda la sociedad parece unirse en su oposición al tirano»2.

Una vez logrado el objetivo, nos topamos con el efecto búmeran de este exceso de positividad: derrocamos a Merino, ¿ahora qué sigue? Los jóvenes se dieron cuenta que no bastó con haber vencido al «tirano», ni tampoco que dos vidas hayan sido sacrificadas y elevadas a la categoría de héroes. No tardaron en aparecer antiguos conflictos sociales, dejando la amarga sensación de que todo alrededor sigue igual o peor que antes. Continúa diciendo Zizek:

«No obstante, una vez que el antiguo régimen se desintegra, esta unidad imaginaria no tarda en romperse, y los nuevos conflictos (o mejor dicho, viejos pero reprimidos) no tardan en reaparecer con una nueva intensidad»3.

Después del breve período de éxtasis que significó la caída de Merino, la inmensidad de la tarea apenas estaba empezando a asomarse. La generación del Bicentenario, víctima de casancio, no pudo recobrar el mismo entusiasmo para enfrentar las enormes diferencias políticas y sociales que habían sido anuladas mientras duraron las protestas contra Merino. Si bien es cierto que la unidad en la lucha nos hace fuertes contra un sistema abusivo, esto solo es primer paso de algo mucho más grande. 

Una mirada a nuestra radiografía social podría ayudarnos a encontrar aquello que realmente nos divide, aquello ya no es ni el Estado, ni el dictador, ni agrupaciones políticas; sino nosotros mismos. Tal como Zizek parafrasea a Alain Badiou4:

«[…] deberíamos buscar la “contradicción principal” dentro del pueblo (las clases) propiamente dicho, no entre el pueblo y los enemigos del pueblo, ni tampoco entre el pueblo y el Estado: el hecho principal es una escisión/antagonismo en el mismismo corazón de lo que denominamos pueblo».



Notas:

1. Hang, Byung-Chul. (2019). La sociedad del cansancio. (Segunda ed. ampliada). Barcelona, España: Herder Editorial.

2. Zizek, Slavoj. (2016). Problemas en el paraíso. Barcelona, España: Editorial Anagrama.

3. Ibídem.

4. En un debate dell Cuarto Congreso sobre The Idea of Communism de Seúl, 27-29 de setiembre del 2013.




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