10 Nov
El gran ausente

La política peruana se parece a la imagen de un perro mordiéndose la cola inútilmente. Un presidente con serias taras administrativas y presuntamente implicado en corruptelas fue vacado por un congreso que aduce incapacidad moral, lo cual a estas alturas parece más un acto de venganza que un acto de moralidad.


Pero precisamente es la cuetión moral la que está ausente en los momentos de crisis. Muchos de quienes se oponen a la vacancia argumentan que lo mejor hubiera sido esperar que el presidente terminara su mandato, teniendo en cuenta la actual crisis sanitaria y los pocos meses que le quedan al periodo presidencial, para luego ser juzgado y sentenciado de comprobarse las acusaciones en su contra. Esta afirmación evidentemente apela a una justicia que, a la luz de las investigaciones sobre presuntos actos de corrupción, prima sobre la moralidad. Por otro lado, es posible que dentro de los que protestan contra la vacancia, haya quienes desperdiciaron la oportunidad de elegir congresistas mejor preparados y que ahora buscan en la insurrección una forma de evadir su responsabilidad en esta crisis. Por ejemplo, tenemos el caso el partido fundamentalista Frepap, el cual volvió a la escena política tras más de 20 años de ausencia gracias al llamado «voto de protesta», convirtiéndose en la tercera fuerza más votada, con 15 escaños en el congreso de los cuales 14 votaron a favor de la vacancia. 


Naturalmente, existe un plano legal, un plano moral y un plano emocional en esta compleja coyuntura. Las marchas en contra de la vacancia parecen situarse más en el plano emocional movidas por una sed de buscar un culpable (un congreso fragmentado elegido en democracia), ya que moralmente no tiene sentido apoyar un gobierno mediocre con serias acusaciones sobre sus hombros. En el plano legal, nos encontramos con que el congreso, nos guste o no, está ejerciendo un poder que emana de una constitución que, a propósito, fue sometida a votación popular en el referéndum del año 1993. Y es aquí donde el perro se muerde la cola: mientras la mayoría de los congresistas acuden a la cuestión moral para vacar al presidente, muchos de ellos hacen gala de una escandalosa inmoralidad al realizar acuerdos previos bajo la mesa en pos de intereses personales, usando el instrumento de la vacancia como arma contra el Ejecutivo y no para hacer funcional la gobernabilidad. ¿Cómo es que llegamos a este nivel de hipocresía?

Decir que la naturaleza de la política es de por sí sucia y que solo queda arrimarse al menos malo es justificar una apatía moral bajo el pretexto de que la historia siempre se repite. El gran historiador Jean Delumeau afirma: 

«Tengo la convicción de que los siglos no se repiten, que existe una inagotable e irresistible creatividad de la humanidad […] que en el curso de su peregrinación terrestre está llamada constantemente a cambiar el rumbo, a corregir su ruta, a inventar su itinerario en función de los nuevos obstáculos encontrados –frecuentemente creados por ella misma–»1.

En efecto, si recurrimos a esa «inagotable e irresistible creatividad», nos damos cuenta que solo la podemos hallar en la educación. En el Perú no solo es tremendamente desigual, sino que además la educación le ha dado la espalda a las humanidades. No olvidemos que hasta hace unos años la filosofía fue eliminada del currículo como curso obligatorio, con el pobre argumento de su «inutilidad» frente a una sociedad que se orienta bajo los requerimientos del mercado. No es de extrañar el vacío de nuevas ideas en el ámbito académico, político y privado, lo cual acrecenta la ceguera moral que padece nuestra sociedad. 

De ahí que tambien la gran masa educada sea parte del problema: no hemos sido capaces de hacer un mea culpa por no molestarnos en comprender antes para entablar el diálogo después. En lugar de ello, nos hemos ocupado en lanzar críticas superfluas, atacándonos unos a otros desde un ordenador dejando de lado lo realmente escencial. ¿Realmente merecemos algo mejor? Me viene a la mente la esperanza que mantenía Ortega y Gasset en la filosofía para salvar a España y a todo el continente europeo de una politización superficial durante los convulsos años treinta:

«El día que vuelva a imperar en Europa una auténtica filosofía –única cosa que pueda salvarla– se volverá a caer en la cuenta de que el hombre es, tenga de ello ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior»2.

Queda en nosotros construir esa instancia superior, abandonado poco a poco ese egotismo típico neoliberal para echar una mirada a las raíces del pensamiento filosófico, nutrirnos de él y ampliar nuestra visión de la realidad peruana. En otras palabras, al retomar la obra de grandes pensadores podremos estar más capacidatos para superar una crisis política y moral, como la que está atravezando la sociedad peruana, la cual es no es más que el reflejo de un sistema que desprecia las humanidades (con sus sistemas filosóficos que dieron forma a la sociedad), y que solo privilegia las leyes del mercado.


Notas:

1. Delumeau, Jean (2019). El miedo en Occidente, Madrid, España: Taurus.
2. Ortega y Gasset, J. (2009). La rebelión de las masas, Barcelona, España: Espasa. 

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