14 Feb
¡Oh, amor! Cuántos crímenes se cometen en tu nombre






Resulta curioso cómo es que me entero de las rupturas amorosas de muchos de mis contactos en redes sociales con solo ver sus publicaciones. Tanto en memes, fotos o frases dedicadas indirectamente a sus ex, uno encuentra mensajes como: «Para ser feliz hay que aprender a alejarse de ciertas personas», «A veces somos buenos con las personas equivocadas», «Lo peor de la gente con dos caras es que las dos las tiene feas». Estas y otras perlas surgen como un grito desesperado por hacer sentir culpable a la expareja; sin embargo, para los terceros en calidad de espectadores, nos resulta tragicómico porque su resonancia queda encapsulada en el espacio virtual. Quizás a estas alturas el o la ex debe estar feliz al lado de otra persona, habiendo bloqueado previamente al despechado demandante para no tener que toparse con sus publicaciones.

No es mi intención inmiscuirme en la vida privada de nadie, pero los casos ejemplifican el paradigma que vivimos respecto al amor, de cuyas estadísticas se deduce que no todo va bien; por el contrario, aumenta el número de divorcios, crímenes y suicidios... Y todo por amor. Mencioné a propósito la palabra paradigma porque basta con echar un vistazo a la Historia del Arte de los últimos quinientos años para darnos cuenta de la obsesión por el ser amado, el cual es retratado con un cuerpo perfecto y casi siempre desnudo, como un preciado trofeo que nos arranca del sueño. En la actualidad, escuchamos letras de canciones románticas basadas en el aberrante concepto que tenemos sobre el amor; letras como Tú puedes salvarme de esta soledad, tú eres todo para mí1, He de morirme si no estás a mi lado2, Enséñame a vivir sin ti. Oh, no te alejes más de mí3, denotan una dependencia enfermiza de la otra persona, eso sin contar el cine, la literatura o el teatro donde triunfa el mismo amor tóxico. Y es que desde pequeños se nos enseña que amar es compartir, que el amor es compasión, es autosacrificio… (esto último suele utilizarse como arma eficaz para hacernos sentir culpables si no entregamos todo por la pareja).

Los románticos podrán decir que el amor no es algo que se piensa; es algo que se siente. Pues bien, nos hemos dejado llevar tantas veces por "aquello que se siente" hasta el punto de tomar acciones impulsivas de las que nos hemos arrepentido después, y en algunos casos las consecuencias han sido fatales. ¿Cómo protegernos, entonces, de nosotros mismos o, más aún, cómo evitar dañar a alguien? 

La respuesta podría estar en un cambio de paradigma con respecto al amor. Es allí donde me topé con la obra de la escritora y filósofa rusa Ayn Rand y su sistema filosófico llamado Objetivismo. Por supuesto, sería imposible abarcar todos sus postulados en estas líneas, pero podemos esbozar el significado del amor entre dos personas sobre la base objetivista. En primer lugar, para Rand la realidad es única y solo existe como tal; cualquier sentimiento o deseo apasionado no podrá alterar los hechos. Negar la realidad de que A es A, por más duro que esto signifique (por ejemplo, la traición o el rechazo), nos haría seres inmorales por donde se nos mire. Solo aceptando la realidad se podrá actuar correctamente y corregir futuros errores.

Segundo: todo hombre tiene derecho a ser feliz, y esa búsqueda de felicidad recae en el interés propio racional, es decir, todo hombre es racionalmente un fin en sí mismo, no para los demás. De ahí que su filosofía rompe con el paradigma del amor como destino obligado hacia el autosacrificio por el bien del otro. En su novela La rebelión del Atlas, Rand lo expresa de forma clara y directa a través del personaje John Galt: Juro por mi vida y mi amor a ella que jamás viviré para nadie ni exigiré que nadie viva para mí. Los románticos podrán acusarla de individualista, pero es precisamente este individualismo, en el sentido más abstracto, lo que se convierte en una virtud porque el amor es una expresión de autoestima: nadie tiene la obligación de estar con una persona de la que no obtiene ningún placer personal y solo sea la pena de dejarla lo que motive su sacrificio; todos tenemos derecho de abandonar el tren cuando este se atasque.

Para Rand, el amor romántico es la recompensa de un hombre que le apasiona lo que hace. En ese sentido, el amor es admiración hacia la persona que comparte los mismos valores. Por supuesto, todos somos libres de elegir los valores a los que dedicaremos nuestra vida para alcanzarlos. ¿Y qué es el valor? Es la motivación de actuar para obtener y conservar. Uno debe ganarse el amor de alguien trabajando en sí mismo para obtener un valor y que este despierte el interés en la otra persona; en consecuencia, se produce un intercambio de valor por valor (casi la misma mentalidad del comerciante). Cuántas veces he escuchado decir que todos merecemos un amor que nos entienda, pero casi nadie se pregunta ¿qué estoy haciendo para merecerlo? Esa demanda de amor no merecido constituye la fuente de desdichas en hombres y mujeres. 

El amor es algo que se construye desde cero y que hay que cuidarlo con responsabilidad, postula Erich Fromm en su libro El arte de amar; por el contrario, Rand afirma que el amor no puede surgir de la nada por el simple hecho de que es el interés racional el que gobierna la disposición para amar. Muchas veces hemos escuchado Ella está contigo solo por interés o Él está con ella solo por su dinero; lo cierto es que todos estamos con alguien por algún tipo de interés, lo que ocurre es que la mayoría lo mantiene oculto porque pretende satisfacer todas sus carencias al estar con otra persona debido a una baja autoestima. Para Rand, el interés racional debe ser digno de compartir porque es el más alto valor para dos personas que se admiran y se aman.

Otro postulado de Rand considera al hombre como un todo único en el que su mente se corresponde con sus actitudes y deseos, y solo la mente es capaz de llevarlo a ese fin anhelado: la felicidad, entendida como la plena consciencia de haber alcanzado los propios valores. Si el deseo del hombre es ser feliz, entonces es su deber romper las ataduras que lo esclavizan y buscar un paradigma distinto. Rand nos ofrece la alternativa de elegir uno más racional y concebirlo, ¿por qué no?, como un estilo de vida, pues como sabemos es más fácil dejarse llevar por las emociones, falsear la realidad en nuestro propio beneficio que usar la razón para procurarnos valores reales. Si tenemos en cuenta siglos de romanticismo tóxico, cuyo saldo mortal ha dejado incontables víctimas ahogadas en un mar de desesperación, hacer funcionar la mente bien podría salvar vidas. No se trata de competir con máquinas que suprimen emociones y deseos; por el contrario, se trata de afirmar nuestros más profundos valores y deseos en la figura de otra persona a quien amamos y admiramos.

Solo el ímpetu de búsqueda de la felicidad podrá destronar al que fue durante siglos "rey de lo sublime": me refiero al corazón, y colocar a la mente (que lucha contra “aquello que se siente”) para gobernar prudentemente nuestra visión de la realidad y así poder actuar de forma adecuada. La solución está en nuestras manos, o mejor dicho en nuestra cabeza. Quizás de esta forma podríamos evitar el cruel diagnóstico que la entrañable villana Catalina Creel, en la novela Cuna de lobos, hizo a una víctima del desborde de emociones que la llevaba a ninguna parte: Te pasó lo que le pasa a la gente estúpida y ordinaria: te enamoraste.


NOTAS:
1. Tú puedes salvarme, Luis Fonsi (2002).

2. Si tú no estás, Antonio Cartagena (2009),

3. Enséñame a vivir sin ti, Luciano Pereyra (2015).

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