La capacidad para hallar el punto medio

Desde que los asuntos privados del hombre pasaron a formar parte de la esfera política, la sociedad avanza, como diría Umberto Eco, a paso de cangrejo. En la actualidad hemos sido testigos de la oposición contraria entre conservadores y progresistas para tratar los asuntos que en épocas anteriores estaban restringidas a la esfera privada, tales como el uso de anticonceptivos, la legalización de aborto y, más reciente, la ideología de género.

A pesar del choque entre ambas posturas, podemos ver que existe un punto en común: promover la libertad del hombre. Por ejemplo, una postura promueve la libertad para decidir abortar y la otra promueve la libertad de la célula gestante para sobrevivir. Pero ¿qué entendemos por libertad? La biblia se refiere a ella como el libre albedrío que Dios dotó al hombre para elegir (¿elegir entre lo bueno y lo malo?). Hannah Arendt va más allá de la capacidad de elegir; en su libro La condición humana, refiere a la libertad en dos aspectos fundamentales: en la capacidad del hombre para trascender lo dado y en la capacidad para empezar algo nuevo. Trascendemos lo dado potenciando nuestras facultades y destrezas con las que hemos venido al mundo, lo que supone esfuerzo constante. La capacidad de iniciar un nuevo comienzo se da con la natalidad, pues el nacimiento de un nuevo ser (único porque nunca hubo otro igual antes de su nacimiento) supone una nueva esperanza para el mundo.

Teniendo en cuenta esta definición de libertad como la plenitud de estas dos capacidades, nos encontramos que en el terreno político el hombre se ha visto enfrentado históricamente consigo mismo en una general oposición de fuerzas contrarias, en ser de izquierda o ser de derecha, en ser conservador o ser liberal o en ser alguna otra categoría escindida entre dos contrarios para gobernar los asuntos humanos. Y todo porque la división binaria ha estado presente desde que el hombre ha dado sus pasos por el mundo (día y noche, cielo y tierra, hombre y mujer, etc.). Afortunadamente, para evitar confusiones, siempre está la etimología: la palabra “libertad” viene del latín “libertas”, “libertatis” (libertad, condición del que es libre política y jurídicamente, disponibilidad y falta de inhibición de obra y de palabra). De acuerdo con esta huella histórica del significado, vemos que la definición de Hannah Arendt es la más adecuada para resolver conflictos y no quedarse solo en el acto de elegir tal o cual postura y defenderla con la razón o con la fuerza. Arendt promueve la participación activa en la política ejerciendo nuestra capacidad para pensar, la cual en este siglo ha sido una facultad ejercida por unos pocos, y esta se logra en libertad. Encontrarnos ante una dramática oposición entre dos posturas muchas veces nos impide pensar más allá de ellas; el radical antagonismo convierte el terreno de la política en un campo minado, en donde dar un paso puede significar ser blanco de duros ataques (“si no estás con nosotros estás con ellos”), neutralizando la capacidad del ciudadano para sopesar los beneficios y puntos flacos de ambas posturas.

Si entendemos la libertad bajo la capacidad de trascender lo dado, es hora de pensar en que no podemos quedarnos solo con la elección de una de las dos posturas políticas porque la otra simplemente la consideramos como “contraria”. Nuestra capacidad de pensar nos permitirá encontrar los puntos en común entre ambas posturas, es decir, hallar el punto medio, para alcanzar la tan ansiada reconciliación y el respeto.

Los asuntos humanos que antes correspondían a la esfera privada son tan complejos que no puede remitirse solo a un conflicto entre contrarios; se requiere comprender antes de, simplemente, categorizar. Este primer paso marca el camino para la segunda capacidad de libertad, que es la de empezar algo nuevo, pues las generaciones futuras tomarían como punto de partida lo dado a la vez que aportarían nuevas formas de trascender a través del pensamiento.