22 Jun
Especialistas en todo y en nada

La incertidumbre en estos tiempos de crisis ha alimentado la nostalgia por épocas previas al azote de la pandemia. Un tragicómico ejemplo aparece en la fórmula del meme. Algunos muestran cómo, los que ahora peinamos incipientes canas, nos relacionábamos con la tecnología de hace treinta o cuarenta años: imágenes de una cinta de VHS, una radiocasetera o un teléfono con ruleta forman parte de la muestra arqueológica que busca acercar a los más jóvenes con la tecnología extinta. Otros parodian a la generación actual al exponer las facilidades teconológcias con las que cuenta para realizar diversas tareas, frente al esfuerzo que hacían las generaciones anteriores; aparecen así graciosas comparaciones, por ejemplo, entre empresarios de 1980 vs. empresarios del 2020, artistas del s. XVIII vs. artistas del 2020, músicos de 1960 vs. músicos 2020 y otras por el estilo.

No se trata de afirmar que las generaciones pasadas estaban mejor preparadas o eran más resistentes que la actual, sucede que la teconología avanza indefectiblemente y hoy nos permite realizar más tareas que antes. Sin embargo, es inevitable hacernos estas preguntas: si hemos mejorado enormemente la técnica para hacer más cosas, ¿por qué aún no se ha podido hallar solución a los grandes problemas sociales?, ¿cómo es que ahora estos parecen haber aumentado? Es evidente que mientras más avanzada es una sociedad, más complejos son sus problemas. El verdadero mensaje de estos memes no es una apología al pasado; lo que están tratando de decirnos es que, a pesar de contar con la tecnología necesaria para evitar perder el tiempo en tareas menores, no aprovechamos el tiempo libre que nos queda para pensar o realizar empresas aún mayores; por el contrario, caemos en una espiral de ocio propiciada por la misma tecnología, que estas alturas parece jugarnos un papel en contra al hacernos totalmente dependientes de ella.

Esta evitación de todo esfuerzo es lo que nos ha impedido resolver los grandes problemas que nos aquejan como sociedad. Tenemos la impresión de estar mejor que nunca; sin embargo, el futuro de la humanidad parece incierto. En palabras de Ortega y Gasset:

«La abundancia y facilidad para obtener cosas en el mundo de hoy ha aflojado todo esfuerzo por superarse, surgiendo una ola de “niños mimados”, de “señoritismo” o “bárbaros especialistas”, hombres que porque dominan una parte del saber hablan con petulancia y autoridad de todo lo que desconocen»1.

Sus palabras caracterizan perfectamente la situación actual, y, sin embargo, fueron escritas hace más de noventa años. Este diagnóstico llevó al gran filósofo español a definir al hombre medio como el hombre masa: aquel que solo vive el presente con total irrespeto por los logros del pasado; aquel que quiere realizar algo, pero no sabe exactamente qué; aquel que se cree en posición de reclamar más derechos y no tener ninguna obligación. ¿Esta evitación de todo esfuerzo, propiciado por la tecnología, será la causante de la vigencia del hombre masa en la actualidad y, peor aún, permita que sea él quien hoy nos gobierne?

Hoy asistimos a una hiperdemocracia en la que cualquier persona puede inmiscuirse en los asuntos públicos, lance dardos desde su trinchera en redes sociales y no asuma ninguna responsabilidad por lo que dice o hace. Por lo general el hombre masa no escucha ni rinde cuentas a ninguna autoridad, es decir, a eso que Ortega y Gasset llamó «instancia superior». Solo le interesa dar su opinión sin haber investigado previamente (porque hacerlo le demandaría esfuerzo) y blandea su crítica cuan única espada de la verdad. El ritmo de los acontecimientos es tan vertiginoso que se siente atraído a hacer algo para creerse protagonista (¿protagonista de qué?).

Parafraseando a Ortega y Gasset, el hombre de hoy es un «niño mimado» porque quiere ser el centro de atención todo el tiempo. No le importa si sus acciones son chocantes o subversivas; lo que le importante es «hacer ruido», sin asumir las consecuencias de sus impulsivos actos.

El «señoritismo» que lo caracteriza consiste en el hecho de reclamar para sí lo mejor (como el prestigio) sin haberse esforzado para conseguirlo. Se siente dueño de todo e ignora, o pretende ignorar, que el lugar privilegiado donde se encuentra fue el producto de luchas y esfuerzos denodados de generaciones anteriores.

Es un «bárbaro especialista» porque solo domina la técnica de la vida moderna, pero no logra llegar a ser alguien culto. Sin embargo, su título de especialista le basta para opinar y criticar asuntos que le son completamente ajenos.

Lo terrible de todo es que este tipo de hombre ha conquistado el poder, y parece haberlo hecho para quedarse: ahí están los hombres masa que ostentan cargos públicos, los que manejan los medios de comunicación, los que dirigen el mercado, la cultura, la educación o las ciencias. Teniendo en cuenta esta configuración del hombre masa perpetuado hasta hoy, resulta casi imposible llegar a un consenso para resolver los verdaderos problemas sociales; todos se creen especialistas, pero nadie se molesta en conocer realmente la raíz del problema debido a su ceguera autoimpuesta ante cualquier instancia superior.

Salir de nuestro lugar privilegiado significa abandonar la tecnología como la única gran fuente de datos para luego adentrarnos en el verdadero acto de pensar, es decir, en el acto de hacerlo, como dice Hannah Arendt, en en solitud. Debemos saber utilizar la tecnología como una herramienta para ordenar la experiencia de nuestros descubrimientos y colocarlos a una distancia adecuada, para así obtener una visión completa del panorama. Por último, retomar los viejos hábitos de la dialéctica nos pondría en condiciones para propiciar el resurgimiento de esa Instancia Superior, tan necesaria, que exige esfuerzos conscientes para superar crisis como la actual emergencia sanitaria o los problemas sociales.



Notas:
1. Orteta y Gasset, J. (2009). La rebelión de las masas, Barcelona, España: Espasa.

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