23 Mar
¿Pandemia o crisis del capitalismo democrático?

Cuando en la Primera Guerra Mundial, los soldados alemanes apostados en las heladas trincheras esperaban el inminente ataque del enemigo, muchos dijeron experimentar una especie de irrealidad del acontecimiento que estaban viviendo. Sentían como si estuvieran en un gran teatro en el que todos los días seguían inconscientemente el mismo guion: montar rondas por turnos, ejecutar castigos a los que incumplían las órdenes, matar roedores que devoraban las provisiones, etc. Esta especie de “irrealidad” de lo real los apartaba de un hecho irrefutable: el peligro está afuera, existe, es real; la muerte era lo único que rondaba en esos desolados campos1. De la misma forma que los soldados experimentaron el acontecimiento como si estuvieran sustraídos de él, hoy diríamos que lo mismo sucede con la mayoría de personas ante el avance de la epidemia mundial del coronavirus: pese al número creciente de contagiados, al aumento de muertes y al paro de la economía mundial, la mayoría siente que aquello es “irreal”, y continúan con su rutina creyendo que así detendrán su avance.

Quizás lo más real de todo esto sea que precisamente tuvo que venir un virus para poner en evidencia la crisis del capitalismo global. Sin embargo, esta crisis no es de ahora. Mucho antes de la aparición del coronavirus hubo protestas en distintas partes del globo, desde el movimiento ecologista de Greta Thunberg en buena parte de Europa y Asia, hasta las protestas contra el gobierno en Chile y en las comunidades indígenas del Amazonas; todo esto como consecuencia de despertar del sueño capitalista, aunque estos despertares sean meros chispazos, tal como lo expresa el filósofo esloveno Slavoj Žižek:

Las explosiones de rabia e impotencia dan fe de los efectos devastadores de una ideología capitalista global que combina el hedonismo individualista con un trabajo frenético y competitivo, cerrando así el espacio necesario para una acción colectiva coordinada2.

Esta peligrosa combinación a la que Žižek hace referencia subyace al principio de libertad en toda democracia. ¿Dentro del capitalismo democrático, es realmente la libertad el bien más preciado del hombre? Estados Unidos, a la fecha, tiene más de cincuenta mil casos de infectados con el COVID-19; no obstante, su presidente Donald Trump se niega a declarar el estado de emergencia en todo el país. Pecaríamos de inocentes si creyéramos que poner al pueblo estadounidense en cuarentena sería un atentado contra la libertad. Lo que realmente está en juego no es la libertad de las personas, sino el propio sistema capitalista, el cual no puede ni debe parar porque si lo hiciera, aunque sea por un momento, seríamos conscientes de que estamos siendo arrastrados en la dirección equivocada. Es por eso que Trump utiliza el pretexto de defender la libertad para ocultar con un dedo el ocaso de un sistema que ya no puede abarcar a todos.

Como sabemos, Occidente se ha enfrascado en una lucha histórica contra el autoritarismo y la tiranía del comunismo; ahora parece ser que ha ocurrido la inversión de polos contrarios: hoy en día es el capitalismo el sistema que se impone de manera autoritaria. En Lima, tres días después de que el presidente Vizcarra anuncie el estado de emergencia, ordenando el cese laboral por quince días, el grupo multinacional Konecta obligó a sus empleados a acudir a sus centros de trabajo bajo la forma de despidos o descuentos. El terrible resultado de esto es que una persona dio positivo en el examen de descarte del virus, esa persona compartía un reducido espacio con cientos de empleados hacinados en sus cubículos de call center propicios para el contagio masivo. Esto es solo un ejemplo de cómo una vez más se impone el sistema capitalista aún en épocas de crisis: si no trabajo, no me pagan; por lo tanto, debo exponer mi salud con tal de recibir mi sueldo, mientras los que en verdad se enriquecen son unos cuantos.

La paradoja de todo esto es que mientras el sistema capitalista se empeña en llevar la maquinaria consumista hasta le extremo con la promesa de más vida y felicidad para las personas (con la amenaza del virus, hoy suena ridículo slogan de Coca Cola “Destapa la felicidad”), en una crisis como la actual, detener dicha maquinaria puede llevarnos a un final feliz: desde que las personas permanecen en cuarentena, la paralización de actividades de las empresas y el gasto medido de las personas debido al permanente estado de incertidumbre, los niveles de contaminación en el planeta descendieron dramáticamente; las aguas del canal de Venecia se volvieron más trasparentes, en México las aves retornaron a las ciudades, por primera vez China pudo ver el azul del cielo negado durante décadas por el smog.

Esto no significa que debemos revivir el fantasma del comunismo como el verdadero camino. Sería utópico proponer la idea del bien común dentro de la ideología del capitalismo democrático porque este sistema es en sí imperfecto. Tenía razón Santo Tomás de Aquino cuando dijo que la propiedad privada y la diferencia de riquezas son algo natural para la mayoría de nosotros que vivimos en pecado, pues la propiedad compartida y la promoción del igualitarismo atañe a lo perfecto, y no se puede pedir para la gente imperfecta lo que corresponde solo a lo perfecto. La pandemia del coronavirus también ha evidenciado la imperfección de este sistema en la diferencia de clases a escala mundial; ahí están los jóvenes estadounidenses de clase media alta vacacionando en las playas de Florida cuyo gobierno no se atreve exhortarlos a quedarse en sus casas para evitar la expansión del virus, en contraste con los trabajadores más pobres del Perú que día a día se ven obligados a evadir la cuarentena con tal de ganarse el pan. No, ante esto la ideología del comunismo no puede ser el camino, puesto que la historia nos ha enseñado sus nefastas consecuencias. Sin embargo, sí podemos compensar la imperfección del sistema actual tomando prestadas algunas de sus reglas.

En algunos países latinoamericanos como el nuestro, la pandemia ha obligado a sus gobernantes a tomar medidas que podrían catalogarse como acciones comunistas extremas: se aumentó el presupuesto para que el sistema de salud llegue a todos (en la medida en que el avance del virus lo permita), disminuyó o flexibilizó la jornada laboral, hizo que la ley (el toque de queda) sea aplicada para todos, en el Perú se está dando un bono my básico de dinero para las personas que no pueden trabajar y están en condición de pobreza extrema. Lo sorprendente es que estas medidas han sido aceptadas de muy buena gana por la mayoría de personas, y eso es la prueba máxima de que la gran mayoría -yo incluido- quiere ser pasiva y confiar en un aparato estatal que garantice el perfecto funcionamiento de todo el edificio social, para así poder seguir trabajando en paz3.

Si después de esta pandemia (si es que hay un mañana para la humanidad), no nos detenemos a pensar en qué estamos haciendo mal y volvemos a nuestras vidas como si nada hubiera pasado, entonces ya nada podrá salvarnos de una próxima catástrofe. Ya no se trata de defender el sistema actual; se trata de buscar una solución política que incluya un mandato vertical, pues cómo hemos visto en los países del primer mundo como Italia, Estados Unidos y Alemania, la crisis pandémica ha mostrado que también podemos ser víctimas de nuestra propia libertad. En palabras de Saroj Giri:

Si no queremos que el consenso y el horizontalismo acaben alimentando egos casi liberales, debemos ser capaces de definir cómo van a contribuir a una idea más sustancial de la política, una idea que incluye un verticalismo. Quizás esta sería una manera mejor de revivir una política comunista que tomar los votos políticamente correctos del horizontalismo y el consenso4.



Notas:

1. Véase Paul Fuseell, "La gran guerra y la memoria moderna", Madrid: Turner, 2016.

2. Slavoj Žižek, “Problemas en el paraíso. Del fin de la historia al fin del capitalismo”. Barceloma: Anagrama, 2016, p. 147.

3. Ibídem, p. 212.

4. Saroj Giri, “Communism, Occupy and the Question of Form”, Ephemera, vol. 13 (3), p. 54.

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