30 Apr
Sobrevivir de la nostalgia

“Bienaventurados los imbéciles porque de ellos es el reino de la tierra.” (Andrés Caicedo)


Después del tiroteo en la Escuela Secundaria de Columbine, en el que murieron doce estudiantes y un profesor, fuimos testigos de las acciones tomadas por la primera potencia mundial para poner fin a futuros ataques: en lugar de revisar la Segunda Enmienda sobre la tenencia de armas, colocaron detectores de metales en las escuelas, crearon un plan de simulacro de tiroteos para alumnos y profesores, se adiestró a los maestros en el uso de armas, y otras medidas por el estilo. Han pasado veinte años de aquel brutal ataque y, sin embargo, los tiroteos siguieron apareciendo en otras escuelas. Ejemplos como este nos ayuda a comprender la manera en que gobiernos como el de EE. UU. reaccionan ante una crisis como la actual pandemia del coronavirus. Hoy, dicho país se ha convertido en foco de la infección; sin embargo, las medidas tomadas por el presidente Trump no son más que paliativos para hacer creer a sus ciudadanos que el gobierno se preocupa por ellos. En realidad su prioridad no es la salud de las personas, sino continuar siendo la primera potencia económica y bélica del mundo (así parece confirmarlo la reciente movilización de fuerzas estadounidenses frente a Venezuela, con la intención de capturar al dictador comunista Nicolás Maduro, acusado de tener vínculos con el narcotráfico). Otro caso similar ocurre en Brasil; ya antes el presidente Bolsonaro se había referido a la pandemia como una simple “gripecita” para no declarar el estado de emergencia en todo el país. Para él, su principal preocupación es evitar que la economía se derrumbe; por eso, en lugar de cuidar la salud de los ciudadanos, presiona a los demás gobernadores para levantar la cuarentena en sus regiones, a pesar de la advertencia del Ministerio de Salud que asegura que los contagios se encaminan al auge.

Ambos países no solo tienen en común ser un gigante en el mismo continente; además de tener una política neoliberal, también comparten el mayor número de casos de coronavirus, siendo EE. UU. el que va la cabeza con la mayor cantidad de contagiados y muertos en el mundo. Entonces, ¿cómo explicar el apoyo de un sector de la población a la indiferencia de sus gobernantes ante la pandemia?, ¿cómo explicar la pasividad del resto personas? ¿Acaso no son (somos) realmente conscientes del momento que atraviesa la humanidad?

Parece ser que la razón de esta ceguera y pasividad social yace en nuestra propia política. No existe un sistema político perfecto, de hecho, Winston Churchill decía que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos; y es de esa imperfección en el sistema democrático, específicamente en la democracia capitalista, que saca ventaja un selecto grupo de poder, el cual manipula las instituciones dentro o fuera de la cúpula estatal. Tal es así que, luego de décadas de capitalismo y globalización dictadas por los de arriba, ha aumentado exponencialmente la presión por elevar nuestro estilo de vida sin medir las consecuencias. El consumismo desenfrenado ha hecho que las personas permanezcan con la cabeza vuelta hacía sí misma, manteniéndolas apartadas de toda participación política. Simplemente, nos dejamos llevar en la dirección que apuntan los gobernantes sin detenernos a preguntar qué está pasando, no porque creamos que los políticos saben lo que hacen, sino porque nuestra apatía solo nos limita a velar por nuestros intereses individuales. 

Es probable que después de esta pandemia el mundo no vuelva a ser el de antes, quizás desaparezcan para siempre algunos rubros tradicionales, talvez muchos deban abandonar sus sueños y realizar tareas impensadas para sobrevivir, posiblemente tendremos que adaptarnos a nuevas formas de contacto, y todo debido a una política que prioriza la economía liberal en vez de la salud de las personas. Desde hace décadas, los especialistas vienen exhortando a las empresas para que se adapten al mundo cambiante. Esto es cierto, pero ¿hacia dónde apunta ese cambio? Si la irresponsabilidad de nuestros mandatarios termina creando un mundo en el que solo sobreviven los que más tienen, entonces ¿cómo es que se elogia ese cambio? ¿cómo llegamos a esto?

Años de adoctrinamiento consumista nos ha hecho inconscientes de hacia dónde vamos; lo que importa es seguir consumiendo para sentirnos “renovados”. Inmersos como estamos en nuestra burbuja, creemos que las implicancias de una pandemia mundial siguen siendo una ficción; es más, deseamos que esas visiones apocalípticas sacadas de Hollywood se hagan realidad siempre y cuando tengamos un cómodo sofá y disfrutemos de la función en primera fila, ignorando la posibilidad de que esto sea solo un ensayo de lo que vendrá después.

En el mundo cambiante, lo único que no debe cambiar es la libertad del hombre. Libertad entendida como la capacidad para cuestionar la política a través del pensamiento. Si queremos evitar ser parte del cambio que imponen los políticos, y que solo beneficia a unos cuantos, debemos retomar viejos valores que han permitido cimentar las bases de una sociedad justa (por ejemplo, volver al verdadero derecho romano donde se garantiza las libertades de las personas). Debemos promover el legado de viejos pensadores para hacer frente a la vorágine de información banal, confeccionada y dirigida a través de los medios de comunicación masivos, como parte de un largo proceso de desculturalización impulsada por los grupos de poder.

Dejarnos influenciar solo por lo que está presente y darle la espalda a los acontecimientos históricos que dieron forma a la sociedad, nos ha conducido a esta ceguera social. La juventud tiene la misión de escuchar a los viejos profesionales, aquellos sobrevivientes quienes han tenido programas de estudios anteriores a la era digital, para luego completar esa valiosa información con la tecnología que disponen para hallar la verdad. Quizás esté en el acto de mirar atrás la clave para el verdadero despertar.

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